1 Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron
a Betfagé, al Monte de los Olivos, Jesús envió dos discípulos, 2 diciéndoles:
«Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y en seguida hallaréis una asna
atada y un pollino con ella. Desatadla, y traédmelos. 3 Y si alguien
os dice algo, contestadle: “El Señor los necesita, pero luego los devolverá”».
4 Todo esto aconteció para que se cumpliera
lo que dijo el profeta:
5 «Decid a la hija de Sión:
tu Rey viene a ti,
manso y sentado sobre un asno,
sobre un pollino, hijo de animal de carga»
6 Entonces los discípulos fueron e hicieron
como Jesús les mandó. 7 Trajeron el asna y el pollino; pusieron sobre
ellos sus mantos, y él se sentó encima. 8 La multitud, que era muy
numerosa, tendía sus mantos en el camino; otros cortaban ramas de los árboles y
las tendían en el camino.
9 Y la gente que iba delante y la que iba
detrás aclamaba, diciendo: «¡Hosana al
Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosana en las
alturas!».
10 Cuando entró él en Jerusalén, toda la
ciudad se agitó, diciendo:
--¿Quién es este?
11 Y la gente decía:
--Este es Jesús, el
profeta, el de Nazaret de Galilea. (Mateo 21:1-11)
La
entrada de Jesús en Jerusalén tanto como sus primeras acciones allí fueron muy
precarias. El mesianismo judío y sus observaciones eran de carácter político,
mientras que la misión de Jesús era profética (Lucas
9:31).
Esta entrada dramatizada simbolizo la misión de Jesús “a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt. 10:16). Israel había olvidado su razón de ser, establecida por Dios a Moisés en el Monte Sinaí: “me seréis un reino de sacerdotes y una nación santa” (Éxodos 19:6). Dios les instituyó como una nación elegida a una obra de servicio a todas las naciones, pero ellos llegaron a ser una nación con pretensiones de ser servidos por las naciones en su capital mundial de Jerusalén. Sus deseos políticos resultarían en su destrucción nacional como predijo Jesús (Mt 24:2). Escribiendo una década después de la destrucción de Jerusalén en 70 d.c. Mateo ratificó las palabras de Jesús citando las Escrituras (Isaías 62:11; Zacarías 9:9; Salmos 118:25, 26; Deuteronomio 18:15).
V1 Aquí los nombres geográficos eran reales, además de
simbólicos. Jerusalén como “la ciudad de David” debía recibir al Hijo de David (vr 9). Betfagé quiere decir “la casa de higos
tiernos”, indicando la condición espiritual que Dios esperaba de Israel (Mt.
21:18-20).
V2, 3 los principales sacerdotes resolvieron matar
(a Jesús) también a Lázaro (Juan 12:10), por eso
fue necesario hacer planes secretos para conseguir una asna y un borriquillo
con ella para dramatizar la entrada de Jesús en Jerusalén. Asimismo, la amenaza
judía dictaba una contraseña: El señor los necesita. Sin estos preparativos
previos, los sacerdotes con la ayuda romana pudieran haber estorbado esta
entrada significante.
V4, 5 Según Mateo, todo el plan se realizo porque ajustaba
con el propósito divino anunciado por el profeta (o los profetas). Isaías 62:11 contiene la promesa de la salvación para la hija de Sion (Jerusalén). Zacarías 9:9 predice: tu Rey
viene a ti, manso y sentado sobre una asna. Es notable que Mateo no
incluyó otras expresiones de profetas como Isaías: “su
recompensa viene con él”, ni de Zacarías: “justo
y victorioso”, no dejando ninguna incertidumbre de que la entrada de
Jesús en Jerusalén fue una expresión de servicio, no una conquista en busca de
recompensa.
V6, 7 Los discípulos hallaron todo como Jesús les
había dicho y pusieron sobre ellos sus mantos y él se sentó encima de ellos.
Algo difícil de entender es la palabra ellos como referencia a los mantos o a
los animales. Era imposible para Jesús sentarse sobre dos animales a la vez,
por eso, algunos interpretan que los mantos fueron colocados encima de los dos
animales, pero que Jesús se sentó encima de ellos(los mantos) que fueron
puestos sobre uno de los animales.
V8-11 Tender los mantos y las ramas por el camino
fue un acto de júbilo y adoración. Además, con la aclamación atribuyeron a
Jesús dos títulos mesiánicos: Hijo de David y el que viene en el nombre del
Señor (Salmos 118:25,26). También las multitudes
con mucho entusiasmo gritaron: ¡Hosanna en las alturas! Designándole como el
profeta que Moisés les había prometido (v11;
Deuteronomio 18:15). Sin embargo, todavía insistieron en sus esperanzas
vacías de la libertad política del yugo romano, la restauración del trono de
David y el establecimiento de un reino judío en Jerusalén
¿Cuándo somos triunfadores?
La entrada triunfal de Jesús en
Jerusalén nos invita pensar de nuevo el concepto de éxito que sobresale en
nuestras iglesias hoy en día. No son las estadísticas de asistencia, programas
y actividades las que muestran si somos triunfantes en Cristo, ni los edificios
construidos son evidencias de la victoria espiritual. Mas bien, el triunfo constantemente
ha sido la humildad delante de Dios y el servicio a favor de otros, como dijo
el profeta, confirmado por Jesucristo mismo: “He aquí tu
Rey viene a ti, humilde y montado sobre un asno” (Zacarías 9:9)
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